¡El Grupo! |
Hace tres años, dos de mis buenos amigos decidieron ir al punto más alto de mi país. El volcán Barú. En ese entonces, protesté desde la distancia, porque me sentía en debida forma para subir y asumir aquel reto, pero no estaba en Panamá así que me lo perdí.
Tres años después, recuerdo el estado de espanto que tenía aquel viernes en la noche desde la Terminal de Transportes de Albrook con un morral que pesaba una tonelada. A pesar de conocer cómo sería el viaje, mantenía mis dudas, ya que en el fondo, sabía que no estaba en las mejores condiciones, no había hecho suficiente cardio, ni ejercicio para las piernas, algo que nos decían que hiciéramos si decidíamos ir.
Nuestro recorrido con guía, fue uno de los temas, que el grupo decidió de forma unánime; el otro fue la ruta que comenzó por subir por la ruta de Volcán y bajar por el camino de Boquete. Lo interesante de estas rutas es que son totalmente diferentes, el panorama que ofrecen es diverso desde el punto de vista del propio paisaje y de la exigencia física del caminante. Una de las curiosidades que observé de la manera en que se escogió el recorrido es que el viaje culminó por la entrada, pues la entrada principal del parque está en Boquete; sin embargo, el grupo entró por una explanada sin letreros, libertad al máximo en Volcán.
El camino de Volcán es el más difícil y a pesar de darme ánimos mentales, no hubo resultado; el de Boquete es, literalmente en bajada, si se comienza por Volcán. Pensé que no sería complicado, pero el cansancio acumulado marca la pauta y es arduo soslayar lo que tu cuerpo te dice.
Hacia David, provincia de Chiriquí
A las diez de la noche, tomamos el autobús que nos llevó a David, ciudad cabecera de la provincia de Chiriquí, una de las diez provincias que conforma la República de Panamá. Ahí, decidí que para la próxima, si la había -todavía uno lo sé- debía llevar una mochila más pequeña. Y no sé si habrá una próxima, porque llegar a la cima del volcán Barú es un destino que llegas a odiar y amar, esa ambivalencia te marca en toda la ruta, ya que la naturaleza se muestra como es: salvaje, indomable y solo te queda aceptar el trayecto.
Es arduo el camino y variopinto, pero la experiencia fascinante, es por eso que puedo decirles que una de las recomendaciones más importantes que aprendí; además del estado físico, es el peso y tamaño de tu mochila (30 litros cuando mucho, con soporte a tu espalda). Ya sufría por eso y todavía no empezábamos a caminar.
Llegamos a David a las 4:30 de la mañana, poco después nos encontramos con Edwin nuestro guía chiricano y partimos a Volcán, en un pequeño bus de esos colegiales, cuyo costo era de un dólar con setenta cinco centésimos la ida, aproximadamente. Amaneciendo, arribamos a nuestro destino, la temperatura comenzaba a bajar, era delicioso, en nuestra primera parada, se compró lo necesario; últimos detalles del ascenso. También desayunamos, bastante fuerte, ese típico desayuno interiorano.
Recorrido desde Panamá hasta la entrada del Volcán |
El Ascenso
El comienzo de la ruta de Volcán, como les dije, era una explanada libertina que se posaba ante nosotros, llegó un pickup de la Anam (Autoridad Nacional del Ambiente) y nos cobró tres balboas de entrada a cada uno. Para los estudiantes y jubilados es más barato. El individuo anotó nuestros nombres y profesiones y hasta nunca, así como el vehículo llegó, así desapareció, comenzaron las fotos protocolares, las expectativas a flor de piel. Comenzamos a caminar. Parte del inicio del camino es de poca dificultad, hay que controlar la respiración y el peso comenzó a pasarme la factura, al punto que sentía que pesaba como una persona de 200 libras. Reitero, que controlar el peso y tener buenas piernas estaban en mi contra, ya el trecho era un poco empinado, había que escalar y yo sentía que me iba para atrás.
Una de las áreas que más me gustó de la primera sección del sendero es la llamada 45, sí como lo oyen, se llama así. La cuarenta y cinco es una loma, presuntamente de 45 grados, pero que en realidad no los tiene, en ocasiones sentí que eran 60 grados, es una loma interminable donde no hay parada solo subes, subes y subes al punto que terminas arrastrándote. Creo que el contacto con tierra y la sensación de ensuciarte y arrastre me recordó mi niñez y por eso lo disfruté, sin embargo, debo manifestar que era agotador.
Sendero 45 |
¡Todo lo que subimos hasta Filo del Machete! |
La mente te juega mucho y crees que no lo puedes hacer, ¡claro si eres un atleta, tal vez no te canses!, no obstante, alguien promedio, de oficina como yo, estaba sopesándolo y las dudas me avasallaban. Las reglas fueron simples, de no poder continuar uno se regresaba el grupo y eso me atormentaba, sin embargo, esos pensamientos se disipaban, cuando miraba al horizonte, mientras la naturaleza se revelaba desnuda y miraba absorta cómo poco a poco podríamos llegar a tocar el cielo.
En Filo de Machete, esperamos unos veinte minutos como mucho y continuamos. Aquel camino algo árido, de tierra seca y árboles ralos, que daba la impresión que fácilmente te podías perder; cambió por completo. Empezaron a verse senderos claros y caminos de líquenes; variedades de helechos y bosque frondoso, no me considero una bióloga; sin embargo, era sencillo advertir el cambio de ambiente, el aire se volvió un poco frío, dejando de ser húmedo, en ocasiones, sentía frío al caminar. Se sentía el frío en las rocas, cuando las tocabas y el sendero se convirtió en partes de la película "El señor de los anillos", o aquellas series de hadas o duendes. Ese camino lo disfruté. El cuerpo se quejaba, pero la vista se entretenía con detalles, no podía admirar mucho, porque había que seguir, cuando paraba trataba de contemplar el camino. Era en ascenso.
Ya a estas alturas del grupo de los diez, solo veía siluetas en el bosque, estábamos separados, yo rezagada atrás. Percibí que mis condiciones físicas no eran las del grupo de avanzada y no competí para llegar hasta donde ellos, iba a mi propio ritmo, a fin de evitar perder la cordura.
Estábamos abrazados por el bosque, antes de entrar por la explanada, desde el primer trecho hasta el trayecto de líquenes, no se veía el cielo claramente, sino la copa de los árboles. Varios senderos de líquenes y rocas frías que lo dibujaban nos condujo al exterior. Comenzaba una escalada sin límite hasta llegar al cráter.
La tierra de café polvo se volvió en arenisca blancuzca en partes y grisácea, había un cable por donde se podía subir a tu lado derecho. Fue atroz, era como hacer la procesión de Portobelo pero en ascenso, subías una parte pero tus botas por la arenisca resbalaban e ibas hacia atrás; la ley de la gravedad haciendo mella, un camino perturbador, te cansabas más, las piernas hacían todo el trabajo, pues ya no se podía caminar erguido. De un momento a momento, miraba hacia atrás y contemplaba la bruma que cubría el valle, no podía creer todo lo que había escalado, solo eran unos pocos kilómetros que me separaban del cráter, pero era como escuchar una letanía.
Nuevamente el paisaje cambió por completo era exigente y agresivo, habían pocos árboles, eran arbustos. El sol en su máxima expresión, empezamos a sudar y tratar de ascender de árbol en árbol.
Traté de buscar la mejor técnica, escalar, arrañando piedras y empleando una pequeña vara de soporte, a fin de descansar de árbol en árbol, hasta que no había más; luego de roca en roca, hasta que estas se volvieron paredes. En ese instante nos dijo el guía que ya faltaba poco, eran casi las cinco de la tarde, un trayecto de casi tres kilómetros, fue para mí seis. Cada uno de nosotros lo hizo a su manera.
Esta sección que le decían "la del cable", creo que en perspectiva fue la sección más difícil de todas, aunque una de las más bellas. Daban ganas de quedarte ahí fundido en la roca y mirar hacia el horizonte, ver cómo la bruma ascendía por tu cuerpo y seguía de largo para encontrarse con el cráter. Al principio podía pensarse que abrazabas a las nubes. En ese trayecto conocí algunas bayas que podías comerte y sabían bien, habían dos tipos, no sé su nombre científico pero sabían ricas. Había que llegar antes de que anocheciera.
Ya a estas alturas del grupo de los diez, solo veía siluetas en el bosque, estábamos separados, yo rezagada atrás. Percibí que mis condiciones físicas no eran las del grupo de avanzada y no competí para llegar hasta donde ellos, iba a mi propio ritmo, a fin de evitar perder la cordura.
Estábamos abrazados por el bosque, antes de entrar por la explanada, desde el primer trecho hasta el trayecto de líquenes, no se veía el cielo claramente, sino la copa de los árboles. Varios senderos de líquenes y rocas frías que lo dibujaban nos condujo al exterior. Comenzaba una escalada sin límite hasta llegar al cráter.
Parte del grupo en el ascenso |
Nuevamente el paisaje cambió por completo era exigente y agresivo, habían pocos árboles, eran arbustos. El sol en su máxima expresión, empezamos a sudar y tratar de ascender de árbol en árbol.
Traté de buscar la mejor técnica, escalar, arrañando piedras y empleando una pequeña vara de soporte, a fin de descansar de árbol en árbol, hasta que no había más; luego de roca en roca, hasta que estas se volvieron paredes. En ese instante nos dijo el guía que ya faltaba poco, eran casi las cinco de la tarde, un trayecto de casi tres kilómetros, fue para mí seis. Cada uno de nosotros lo hizo a su manera.
Esta sección que le decían "la del cable", creo que en perspectiva fue la sección más difícil de todas, aunque una de las más bellas. Daban ganas de quedarte ahí fundido en la roca y mirar hacia el horizonte, ver cómo la bruma ascendía por tu cuerpo y seguía de largo para encontrarse con el cráter. Al principio podía pensarse que abrazabas a las nubes. En ese trayecto conocí algunas bayas que podías comerte y sabían bien, habían dos tipos, no sé su nombre científico pero sabían ricas. Había que llegar antes de que anocheciera.